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miércoles, 14 de abril de 2021

Astronomía, Astrología y Astrofísica. Por Miguel Iradier


Hoy nos complace reproducirles un fronterizo artículo escrito por por Miguel Iradier y publicado en su blog personal, el 22 de Marzo de 2021. Desconocía por completo a este interesante autor, que he podido leer gracias a la gentileza de un lector que me ha recomendado la lectura de su Blog https://www.hurqualya.net/

MIguel Iradier es un escritor en ratos libres, interesado en ciencia, economía, sociedad y lo que pueda haber más allá de ésta. Algunos otros textos del autor son: "La Hija del Capitán Starbust" (2001), "El círculo de Petesburgo: Guía de la Ciencia Heterodoxa" (2007), "Introduccion a Richard McKeon La Ciencia en Coordenadas: Semántica e Investigación Filosóficas"(2009) y Pole of Inspiration: Math Science and Tradition.






ASTRONOMÍA, ASTROLOGÍA Y ASTROFÍSICA

Por Miguel Iradier

22 Marzo 2021

Memoria de fase, trasporte paralelo y marco de referencia

El físico teórico y aplicado Nicolae Mazilu observó en su momento que si la astrología seguía siendo un tema denigrado era porque no había sabido plantear correctamente la cuestión del marco de referencia y sus transformaciones. Efectivamente, una persona que ha nacido en una fecha y hora concretas en un determinado lugar sigue manteniendo el “reloj interno” de su nacimiento incluso si se traslada al lugar más alejado del globo. Y por otra parte, a quien no está familiarizado con la complejidad propia de lo astrológico le puede parecer absurdo que los mismos planetas, que en tiempo real están en las mismas posiciones del cielo para todos los que están en un mismo lugar, puedan influir de forma completamente diferente para cada persona, pues cada persona es un cielo y un microcosmos particular.

La astrología es sólo uno más de los sistemas simbólicos que expresan la interdependencia universal, pero es el más directamente ligado al nacimiento de la física moderna, con la que sin embargo no tiene casi nada ver. Este contraste y esta proximidad ha creado sentimientos de agravio mutuo. Emilio Saura y Raymond Abellio distinguen tres niveles en la astrología: una astrología influencial o primaria que trata de relacionar configuraciones celestes y “hechos” terrestres, una astrología simbólica que atiende más a las propensiones y las resonancias, y finalmente una astrología orientada hacia lo absoluto que busca subsumir la multiplicidad aparente en la conciencia del “Yo trascendental”.

No pretenderé hacer en tan breve espacio justicia a tan vasto e incierto saber. Sí en cambio quiero subrayar el hecho de que, aunque la astronomía física y la astrología tienen hoy propósitos diametralmente opuestos que de ningún modo pueden coincidir, inevitablemente han de tener una base común que aún no ha sido debidamente explorada por ninguna de las dos partes.

Toda la física está construida en torno al concepto general del marco de referencia. Un marco de referencia combina en uno solo los dos elementos primordiales: el reloj y el sistema de coordenadas. El reloj que regulariza nuestra percepción de un cuerpo físico en movimiento, y el sistema de coordenadas, que lo hace con muchos cuerpos. Pero la astrología tampoco es diferente en esto, sólo que, en vez de orientar todo su aparato hacia la predicción cuantitativa, lo lleva hacia la interpretación, y en el lugar mismo del marco de referencia sitúa al propio Yo, ya se trate del yo empírico preocupado por los asuntos del mundo o del yo trascendental que es la condición de posibilidad de la experiencia.

Así pues, la física, como ciencia objetiva en tercera persona, relega a un segundo plano la descripción e interpretación de los procesos en beneficio de su predicción, mientras que la astrología, como saber subjetivo que pone a la primera persona en el centro, sólo prioriza la predicción cuando se convierte en práctica degradada, mientras que la interpretación debería ser siempre su foco genuino. La astronomía ve objetos fuera y se ocupa de movimientos de materia y fuerzas, la astrología se ocupa de ciclos, potenciales e incluso potencias, e intenta ver finalmente al mundo como el propio dintorno de uno mismo.

La astronomía debería ocuparse del análisis, aunque el valorar la predicción en exceso ha impedido incluso hacer un análisis consecuente de problemas tan básicos como el de Kepler, mientras que la piedra de toque de la astrología es la composición global de un todo y su percepción y juicio sintéticos, mucho más parecidos a la composición y percepción de un cuadro u otra creación artística.

Esta diferencia diametral tendría que bastar para que cada disciplina se contentara con lo suyo y dejara tranquila a su hermana. Sin embargo el yo que se proyecta sobre el mundo no quiere contemplar la idea de que el mundo se proyecte sobre el yo y lo afecte. Preferimos pensar que la Naturaleza está siempre ahí fuera, aunque sea en forma de genes y moléculas, con tal de que podamos manipularlo; pero si existe la posibilidad de que la Naturaleza actúe sobre nosotros en modos que no podemos controlar, optamos por ignorarlo, puesto que cuestiona nuestro rango y posición. Por añadidura el gran monstruo de lo social es sumamente celoso y no está dispuesto a admitir que nada de lo que lleva en su seno pueda referirse a otra cosa que a sí mismo.

*

Cuando la física habla de fuerzas, se refiere ante todo a las fuerzas controlables, puesto que también hay fuerzas medibles pero no controlables, como nos lo muestra algo tan terrenal como la ley constitutiva en la ciencia de los materiales. Las que no son controlables se interpretan, en todo caso, en función de las fuerzas controlables, y así por ejemplo aplicamos las tres leyes del movimiento de Newton a los cuerpos celestes a pesar de que, por ejemplo, el tercer principio no es verificable en una órbita dado que el vector de fuerza apunta a un lugar vacío, y no al cuerpo del Sol. Esto al propio Newton tuvo que parecerle de lo más embarazoso, pero con el tiempo la gente hasta se olvidó del hecho.

Una fuerza controlable es una fuerza proyectada, pero una fuerza incontrolada, no. El agujero de la teoría newtoniana se tapó luego con la mecánica de Lagrange basada en los potenciales, y se pensó que estos potenciales eran sólo un auxiliar o suplemento matemático para la descripción completa de fuerzas que siguen siendo incontrolables, pero se suponen de idéntico tipo que las controlables. La teoría de Newton, razonaron Gauss y Weber entre 1830 y 1846, es una gravitoestática, no una gravitodinámica, y podía ser que las fuerzas, empezando por la electrodinámica que entonces tenían entre manos, dependieran no sólo de las distancias, sino también de las velocidades y aceleraciones relativas. Esto también implicaba un fenómeno conocido como “potencial retardado”.

La teoría de Weber fue reemplazada por la de Maxwell pero mucho después, su heredera la mecánica cuántica empezó a comprender, para el desconcierto general de los físicos, que los potenciales cuánticos eran algo más que auxiliares matemáticos. El efecto Aharonov-Bohm certificaba que un electrón acusaba la presencia de un campo magnético incluso cuando la intensidad del campo en su posición era cero. Luego Berry, en 1983, generalizó este tipo de fenómenos a procesos adiabáticos sin intercambio de calor, y en pocos años aún se generalizó mucho más a todo tipo de condiciones físicas.

El fenómeno en cuestión, que hoy conocemos como “fase geométrica”, había sido detectado por vez primera por Pancharatnam en 1956 en experimentos de interferencia óptica. Respecto a este fenómeno completamente universal de la fase geométrica la mayoría de los físicos siguen sosteniendo dos afirmaciones falsas: que se trata de algo exclusivo de la mecánica cuántica, y que en nada afecta al carácter completo y exacto de dicha teoría.

Lo cierto es que la fase geométrica puede darse a cualquier escala y se detecta en experimentos eléctricos macroscópicos tan conocidos como la inducción de Faraday, en la precesión del péndulo de Foucault o incluso sobre la superficie del agua. Y por otro lado, sí requiere que se le añada un haz suplementario al espacio proyectivo de Hilbert en el que se formaliza la mecánica cuántica, lo que implica que no pertenece a la dinámica hamiltoniana que define a los sistemas conservativos o cerrados. Luego algo se le escapaba a la mecánica cuántica, y no hay más que ver hasta qué punto quedaron fuera de juego los físicos durante décadas, hasta que Berry “formalizó” la embarazosa situación.

El mismo David Bohm, que tan elocuentemente habló del orden implicado, no pareció haber comprendido del todo la universalidad de la llamada fase geométrica; pero tampoco ahora es diferente la situación, cuando dicha fase entra rutinariamente en los cálculos de los ingenieros que se afanan por lograr la “computación cuántica” o manipular átomos a nivel individual.

A la fase geométrica, “cambio global sin cambio local”, también se la conoce como memoria de fase, puesto que supone la sujeción o “esclavización” del sistema a ciertos parámetros adicionales; consecuentemente se la estudia en robótica y teoría del control, y también se ha observado en sistemas disipativos y en movimientos de los animales, como el reflejo de enderezamiento de los gatos en caída libre o el ondulante avance de las serpientes.

La interpretación de este fenómeno universal sigue estando completamente abierta, por más que la mayoría de los físicos prefiera ignorar la cuestión. Decir que los sistemas tienen una fase dinámica y otra geométrica es sólo un compromiso, pero, en cualquier caso, y sin necesidad de especular, ¿de qué clase de geometría estamos hablando? La respuesta a esto sí es clara: se trata de la geometría del ambiente que atraviesa el transporte paralelo que se llega a medir. Es decir, es una medida indirecta del ambiente mismo, de cómo el sistema no está perfectamente e idealmente cerrado tal como la mecánica por puro principio pretende.

Existe además un lenguaje matemático extremadamente elegante para describir estos fenómenos de transporte paralelo: la geometría diferencial desarrollada por Cartan, además de la también muy compacta álgebra geométrica iniciada por Grassman e impulsada en tiempos más recientes por Hestenes. Desgraciadamente ninguno de estos formalismos tiene gran predicamento entre los físicos, que seguramente por inercia siguen aferrados a la formulación vectorial, con una descripción más pobre y plana que supone también una menor información.

Hablando de información, que como ya decimos suele estar recortada en los formalismos vectoriales, a menudo se explica la fase geométrica como una pura e inmaterial transmisión de información sin relación alguna con la dinámica. Por un lado tendríamos “fuerzas ciegas”, y por otro lado, “pura información” sustentada por nada; ciertamente no parece una descripción coherente ni creíble, pero después de todo el problema de la “comunicación” ha estado ahí desde siempre: nadie ha dicho cómo la Luna sabe dónde está el Sol y qué masa tiene para moverse como se mueve.

La mecánica celeste, en definitiva, sigue teniendo enormes agujeros, que la relatividad general, que apenas hace otra cosa que complicar las ecuaciones, de ningún modo es capaz de cubrir. Por no hablar de la teoría de perturbaciones de Laplace y sus “resonancias”, que, aparte de que nunca se nos dice cómo puedan ser físicamente posibles, nos obligan a creer que la gravedad puede tener además un efecto repulsivo, lo que no deja de tener su mérito.

La fase geométrica nos muestra simplemente la indudable presencia de los potenciales, aun cuando no se sepa cómo explicar su acción, y su asociación con las fuerzas “controlables”, con justificadas comillas porque nadie ha controlado hasta ahora la gravedad. Y si la astrología es completamente incapaz de justificar ningún tipo de influencia planetaria en términos de fuerza, en términos de potenciales y sus desfases la mecánica celeste no se encuentra en una situación mejor.

Como decimos, el planteamiento puramente relacional de la dinámica propuesto por Gauss y Weber, que al menos pone a fuerzas y potenciales sobre una idéntica base, era bastante más lógico. Esta era la verdadera teoría de la relatividad, mucho antes y con menos postulados y complicaciones, por no hablar de innecesarios espacio-tiempos curvos. Pero la dinámica relacional ni siquiera necesitaba del principio de inercia y todos los escolásticos arbitrajes asociados con la distinción de marcos de referencia inerciales.

La mecánica de Newton se resume en la frase “nada se mueve si no lo mueve otra cosa”, pero con el principio de equilibrio dinámico, que sustituye al de inercia, nada necesita ser movido por nada, sino que cualquier estado de movimiento o reposo de un cuerpo ya es el resultado de la suma de todas las fuerzas del universo sobre él. De este modo, el principio de equilibrio dinámico, clave de la mecánica relacional, se encuentra en perfecta armonía y consonancia con el principio de interdependencia universal, e incluso puede decirse que no es sino otra forma de expresarlo.

Es más, el principio de equilibrio dinámico, sin dejar de ser neutral, puede interpretarse directamente como que los cuerpos se mueven por su propio impulso, tal como hace por ejemplo Alejandro Torassa, sin romper en lo más mínimo con la interdependencia, y sin que ello altere el comportamiento de las ecuaciones y sus predicciones. Entonces, realmente no se necesitan nuevas teorías ni nuevos postulados ni nuevas partículas, sino tan sólo una nueva forma de contemplar el Principio y los principios.

Esto no significa que un buen principio explique causas o influencias, sino algo seguramente más importante, que deja de hacerlas necesarias. Si incluso todas las leyes físicas fundamentales están soportadas por principios variacionales, y el lagrangiano que los soporta no es sino una analogía exacta que puede responder a una infinidad de explicaciones causales diferentes, la astrología nunca podría pretender ir más allá de las correlaciones estadísticas.

Es también cierto que incluso en el campo de la estadística la física juega con cartas marcadas e ignora muchos datos cuando le interesa. Por ejemplo, la escuela de Shnoll ha demostrado durante muchas décadas “la ocurrencia de estados discretos durante fluctuaciones en procesos macroscópicos” del tipo más variado, desde reacciones enzimáticas y biológicas hasta la desintegración radiactiva, con periodos de 24 horas, 27 y 365 días, que obviamente responden a un familiar “patrón astronómico y cosmofísico”.

De modo que tampoco la desintegración radiactiva es tan aleatoria como se pretende, pero tales regularidades son cribadas y descontadas rutinariamente como “no significativas”. Por otra parte aún se promueve la llamada “interpretación de Copenhague” de la mecánica cuántica porque se supone que es la que menos dosis de interpretación contiene, pero ni siquiera eso es cierto, ya que según Copenhague la función de onda responde a un sistema individual, lo que no deja de ser una innecesaria fabricación ontológica, y sería mucho más lógico pensar que sólo se aplica a un conjunto estadístico, y que las ondas son ondas en el espacio de coordenadas. Esto facilitaría grandemente la conexión con la mecánica clásica macroscópica y con los argumentos de naturaleza global que hacen posible la fase geométrica.

Tan elementales consideraciones harían mucho más sencilla la inclusión de los aspectos cosmofísicos, pero sería inconsecuente esperar cambios rápidos al respecto. La evidencia experimental para este tipo de correlaciones sólo se puede acumular muy lentamente, a una escala de siglos, y por otra parte la creciente autofagia de lo social no quiere extraños sentados a su mesa. Por supuesto la astrología ha acumulado su propio tipo de evidencia durante milenios, pero no es la clase de evidencia que la ciencia moderna está dispuesta a considerar.

Está claro que se puede presentar legítimamente la astrología mediante elegantes argumentos proyectivos y de correlación global sin entrar en la cuestión de la causalidad física, pero esto no equivale a negar su posibilidad. La influencia física de la Luna, por ejemplo, no es ciertamente difícil de concebir, ni, para muchos, de sentir, pero si otros tantos niegan incluso la posibilidad de tal influencia también es por una cuestión de sentimiento, aunque en sentido inverso: el yo de muchos se siente más fuerte si se imagina autónomo. Claro que es la propia sociedad la que inculca semejantes idea de la “independencia”; una sociedad que intenta convencernos de que inteligencia es sinónimo de embotamiento, en vez de sensibilidad.

Mucho más evidente es el influjo del Sol. En general han sido astrólogos y estudiosos de los ciclos los que han apuntado a la poderosa influencia de los grandes planetas, Saturno y Júpiter, y en especial este último, en el ciclo de las manchas solares y la actividad magnética del gran astro, tan críticos para el equilibrio de la vida en la Tierra. Aparte de que el periodo solar y el de Júpiter son casi iguales, 11 y 11,86 años, hay también una razón astrofísica de peso: la contribución del Sol al momento angular total de su sistema se estima en un 0,3%, mientras que tan sólo Júpiter tiene más del 60%. Los otros planetas explicarían la pequeña diferencia en el ciclo. Se pueden buscar otras razones más específicamente físicas fuera de las teorías en boga pero no vamos a entrar ahora en ello.

Y aquí de nuevo se comprueba la sobredeterminación de lo social que todo lo quiere referir a sí mismo: los medios hacen una campaña continua para convencernos de un cambio climático del que apenas tenemos otra cosa que vagas y opinables correlaciones estadísticas, mientras se ignora sistemáticamente la base absoluta de la que depende el clima, la radiación del Sol y sus más que conocidas variaciones. Pero está claro que los gobernantes pueden sacar mucho más provecho y tienen más espacio para maniobrar tratando de convencernos de lo decisivo del “factor antropogénico”.

*

La mayor parte de las “refutaciones” de la astrología es de tan bajo nivel que no merece comentarios. Por otra parte, toda interpretación tiene su parte de especulación y aun de desvarío, y la física en absoluto es ajena a esto; tal vez por eso haya intentado reducir sus interpretaciones a un mínimo o incluso prescindir de ellas, lo que en la práctica, además de absurdo es simplemente imposible. Toda aplicación técnica o experimental parte ya de una interpretación. En astrología, por la otra parte, la interpretación misma es ya la aplicación, por lo que no se puede prescindir de ella ni en teoría ni en práctica.

La misma idea de que la física fundamental está constituida por “teorías locales” es pura interpretación, y muy poco acorde con la realidad. El lagrangiano de un sistema es por definición global, otra cosa es que se utilize para derivar a discreción y obtener respuestas locales. Lo mismo pasaba ya con la “explicación” de Newton de la elipse de Kepler; y es que el problema de Kepler contiene ya en sí toda la problemática de los campos gauge, basados en la invariancia del lagrangiano. Así que lo de las “teorías locales” ya es pura interpretación —sólo que al servicio de la predicción. Y la prueba es que nunca se aclara ni puede elucidarse la causalidad física, que es a lo tendría que apuntar realmente una teoría local digna de tal nombre.

Entonces, también en física lo local es resultado de lo global, aunque no se quiera reconocerlo. Sólo algunos físicos anticuados y honestos, como Planck, se preguntan por qué todas las leyes fundamentales dependen de principios de acción, que son globales y suponen una finalidad. La asimilación de la entropía con el desorden, perpetrada por Boltzmann, es otro ejemplo de interpretación demasiado humana que sin embargo ha pasado durante generaciones como modelo de neutralidad positivista.

El principio original de máxima entropía de Clausius ya supone una tendencia hacia el orden, pues como dijo Swenson, “el mundo está en el asunto de la producción de orden, incluida la producción de seres vivos y su capacidad de percepción y acción, pues el orden produce entropía más rápido que el desorden”. Pero además los lagrangianos de la física fundamental se pueden reformular como un balance entre el cambio mínimo de energía y la producción máxima de entropía, con lo que obtenemos un cuadro totalmente diferente de la mecánica, la dinámica y la finalidad.

Cualquier interpretación es parcial, pero pretender que no interpretamos porque le damos la última palabra a lo cuantitativo es peor además de más falso. Pues lo peor que puede suceder es que científicos y técnicos manipulen las cosas sin preguntarse siquiera qué están manipulando, pero eso es justamente lo que este sistema espera de ellos, y ellos lo han interiorizado hasta el tuétano. También se espera que el resto los sigamos.

*

Nada hay más mundano ni profano que leer el periódico por las mañanas: toda una selección de noticias calculadas para masajear los resortes íntimos del lector. Y a pesar de su nunca suficientemente ponderada necedad, uno no puede evitar reaccionar a esas noticias con los mismos reflejos cada día, con apenas ligeras variantes. Lo mismo sucede a lo largo de la jornada, e incluso en sueños, pues las sombras de nuestros planetas sólo dejan de proyectarse cuando se extingue definitivamente la luz de la conciencia y alcanzamos el fondo del sueño.

En detalles como nuestras crónicas reacciones a las noticias se ve claramente que “los astros” no son tanto influencias como impulsos que nos salen de dentro; que estos impulsos requieran estímulos externos para avivarse, que adopten la forma de reacciones, no tiene nada de extraordinario. “La materia de la que están hechos los sueños” es la “sustancia astral”, que no es sino una “dimensión cromática” o tonal del continuo homogéneo del que hemos salido y en el que aún nos encontramos. Existen las tonalidades astrales igual que existen los timbres de los distintos metales al tañerlos. Estas tonalidades, que tienen muchos matices diferentes en cada individuo, nos envuelven en capas concéntricas, como una cierta música de las esferas, que una astrología que aspirara a ser científica tendría que recomponer.

La astrología tiene sin duda una estructura invariante que no puede cambiar a lo largo de las edades, puesto que simplemente conecta acontecimientos en el espacio y el tiempo mediante una cierta proyección. En este sentido es mucho menos veleidosa que otras disciplinas que se pretenden ciencias, como la psicología, la economía o la sociología, aunque sin duda la casi infinita “plasticidad” de estas últimas les da una gran ventaja para adaptarse a las necesidades del poder. Si no fuera porque la economía trata del dato contable por antonomasia, el dinero, y termina reduciéndolo todo a su mismo patrón cuantitativo, nadie soñaría siquiera con llamarla ciencia; pero en cualquier caso ocuparse sólo de cantidades no es algo que otros saberes tengan que envidiar.

En cambio la astrología siempre fue consciente de su gran afinidad con la sociología y la psicología, mucho antes de que estas adquirieran pretensiones científicas; sólo que sus presupuestos trascienden por completo la visión reductiva y confinada de dichas especialidades. Lo que no se le perdona es que tenga una parte cuantitativa trasparente y de primer orden, a diferencia de la matemática heurística y a menudo espuria de estas exitosas nuevas ricas.

El arte de Urania puede adaptarse a estos tiempos, pero en muchos sentidos es mejor que no lo haga. Si se preocupa por la ciencia, no es para recibir su legitimidad de nadie, sino por su deseo de encajar algunas de las más importantes piezas sueltas, por pura aspiración interna a la unidad.

Las elipses que descubrió Kepler se pueden interpretar, siguiendo a Weber y a Nikolay Noskov, por medio del potencial retardado y una velocidad de fase que produce un movimiento ondulatorio o vibración en el interior de los propios cuerpos —lo que supone una lectura muy directa de la fase geométrica. Recordemos que en la mecánica de Weber, aun siendo perfectamente operativa, no permite discernir entre la energía cinética, la potencial y la interna de los cuerpos —lo que nos parece simplemente natural, dado que la energía no es sino la forma humana de hacer balance de cuentas.

Pensemos sólo un poco. El problema de Kepler no sólo está en la mecánica celeste, está en la base de la mecánica cuántica y el átomo. La misma ecuación de Schrödinger tiene un término que corresponde a una ondulación en un cuerpo, sólo que la mecánica cuántica, por las limitaciones de la relatividad especial, es incapaz de describir partículas (efímeras configuraciones) extensas con volumen. La electrodinámica de Weber no tiene esas limitaciones. Pero no es sólo Schrödinger, las ondas electromagnéticas con las que Hertz pareció dar la razón a Maxwell no son trasversales por geometría, sino por un mero promedio estadístico entre el espacio vacío y la materia.

Podemos ver entonces la materia, cuando deja un lugar a los cuerpos, —algo que no sucede en la versión estándar de la mecánica cuántica-, como una nube difusa o estadística atravesada por distintos tonos (la fase interna), que están ya incluidos dentro del cuadro probabilístico de la mecánica cuántica estándar. Hay ciertas propensiones dentro de las “nubes de probabilidad”, que tendrían una estructura con capas como los propios átomos —lo que explicaría los estados discretos atestiguados fielmente por la escuela de Shnoll durante más de cuarenta años. No veo esta interpretación en absoluto forzada, y es fácil de integrar dentro de la gran masa de evidencia experimental, a pesar de que ésta nunca es indiferente al marco teórico que la contiene.

*

Paracelso dijo que sin la impresión astral el hombre no está en condiciones ni de remendar sus pantalones. Esta impressio es la propensión o disposición que nos inclinan a hacer ciertas cosas en vez de otras por propia iniciativa y aun sin coacción externa. El gran médico y viajero suizo sabía obviamente de qué hablaba, y había sondeado la naturaleza humana y la del gran mundo con medios, no sabemos si más profundos pero desde luego mucho más directos que nuestra burocrática ciencia actual, que se ajusta bien los anteojos para mejor no ver qué pueda haber a los lados.

Los aspectos más importantes de la astrología son más de orden simbólico que físico, y sin embargo ese simbolismo encaja perfectamente dentro de las determinaciones espaciales y cíclicas del movimiento de nuestro planeta dentro de su entorno astronómico. Es en definitiva una cualificación de los tres ejes del espacio y sus seis direcciones, el esquema más simple para nuestra percepción física e intelectual, al que Abellio, intentando conferirle el máximo grado de dignidad gnoseológica, designó como “la estructura absoluta”.







Abellio también abogó por un modelo cuaternario de la percepción y por ende del conocimiento, en el que la mera relación entre el objeto y el órgano de los sentidos es siempre sólo una parte de una proporción mayor —una relación de relaciones- , puesto que el objeto presupone al mundo y la sensación del órgano a un cuerpo completo que lo organiza y le da un sentido definido:









Lo más importante de esta exactante proporción es la ignorada pero siempre presente continuidad entre los extremos “mundo” y “cuerpo”, donde el mundo no es una suma de objetos, ni el cuerpo de órganos, partes o entidades. En definitiva, el primitivo medio homogéneo de referencia al que por fuerza han de conectarse las llamadas “fuerzas fundamentales”, puesto que ya sabemos de antemano que cualquier movimiento o cambio de densidad es sólo una manifestación del principio de equilibrio dinámico, ya sea como suma o como producto.

El cuerpo desde dentro es sólo el sensorio común indiferenciado del que han salido los diferentes órganos, y sin el cual no habría sujeto ni “sentido común”. En armonía con esto, puede hablarse de dos modos de la inteligencia, uno que parece moverse y seguir a su objeto, y otra absolutamente inmóvil que nos permite escuchar nuestras propias mentaciones, y sin la cual no podrían existir. Hágase la prueba de pensar sin escucharse a sí mismo y se verá que esto es imposible: la misma compulsión a pensar no es sino el deseo de escucharse.

La relación de los movimientos del cuerpo con respecto a su centro isométrico u origen de coordenadas es similar a los movimientos de la inteligencia orientada a objetos con respecto a la inteligencia inmutable. Ciertamente el “espacio de la mente” no parece extenso en absoluto, pero para comprobar su íntima conexión con lo físico basta con hacer uno de esos ejercicios isométricos en que uno permanece de pie y se ahueca simplemente para percibir el balance en los micromovimientos necesarios para mantener simplemente la misma postura. Si lo íntimo es la interpenetración de lo interno y lo externo, tenemos aquí tanto un ejercicio físico como para la inteligencia, que permite comprobar la íntima, trascendental relación entre movimiento e inmovilidad.

En cuanto a todas las tonterías que se han dicho sobre que la astrología es contraria al libre arbitrio, tendría que bastarnos con la conocida frase de Schopenhauer: “Un hombre puede hacer lo que quiere, pero no puede querer lo que quiere”. La astrología no niega la libertad más profunda, la única en verdad trascendental, que sólo puede tener lugar más allá de las pasiones y las inclinaciones. En la práctica, muy pocos llegan a este lugar, o lo hacen en grados muy modestos. Es decir, en la práctica seguimos estrechamente los surcos labrados por las inclinaciones y hábitos.

En otras épocas las pasiones de los seres humanos tenían raíces mucho más hondas, pero también se hacían grandes esfuerzos por superarlas. En el urbanita moderno todo es incomparablemente más superficial, hasta tal punto que ya ni se cree que haya nada que superar. Las plantas se adaptan a las cualidades del terreno, pero dependen ante todo de su propia semilla. Hay cambios en el vigor o intensidad, pero no en la naturaleza de los motivos.

*

Tal vez, después de todo, no hagan falta siglos para ordenar y consolidar una “evidencia estadística” del influjo astral en, por ejemplo, la meteorología. En mi tierra aún se habla de “el astro” para referirse a la disposición momentánea del clima, lo que ahora llamamos de forma completamente vacía y abstracta “el tiempo”. La astrometeorología tuvo bastante consideración durante cerca de dos milenios, y aún recibe crédito en países como la India, cuyas cosechas dependen hasta tal punto de la generosidad y puntualidad de la lluvia.

Kepler mismo defendió la influencia planetaria en el clima de una forma puntual y que debería ser fácil de confirmar o refutar: la conjunción del Sol con Saturno produciría bajadas de las temperaturas, etcétera. Como estos eventos tienen lugar cada año, aunque en circunstancias altamente variables, existe una base estadística con una estructura mucho más limpia y definida que en montones de las aplicaciones modernas del análisis y minería de datos: estas sí que son verdaderamente neobabilónicas en el peor sentido del término.

Pero todos sabemos hasta qué puntos son opinables y manipulables las estadísticas. Los datos de la escuela de Shnoll, a pesar de ser muy sólidos, jamás han sido tenidos en cuenta en física o en biología, y no vemos a los herederos de Bohr diciendo que ciertos picos de desintegración radiactiva puedan haberse debido a un tránsito de Urano. Idem con la meteorología, que ya tiene su propio coto cerrado de principios, métodos y problemas.

Se tiende a optimizar aquello que más se mide, por eso la econometría y la sociometría se prestan desde el comienzo a ser herramientas del poder. La astrología es transversal a estos intereses, aunque no completamente, pues no hay nada que tarde o temprano, si alcanza alguna relevancia, no pueda ser instrumentalizado. En cualquier caso, la astrología, a diferencia de otras muchas ramas de la estadística, cuenta con una sólida referencia natural y una estructura invariante, lo que le da una gran ventaja a la larga en la carrera de la inferencia estadística generalizada a la que asistimos con los nuevos algoritmos de aprendizaje automático.

Dicho de otro modo, en esta Nueva Babilonia estadística la antigua Babilonia aún podría tener mucho espacio para crecer, pero eso sólo representaría la enésima desnaturalización de un saber que debería estar comprometido ante todo con las cualidades.

*

Newton no tuvo ningún interés particular en la astrología, como a veces se dice sin el menor fundamento, aunque sí es cierto que lo tuvo, y muy intenso, en algo aún mucho más oscuro y farragoso en sus textos como lo es la alquimia. También se ha querido interpretar la gravitación universal como una versión renovada y matemática del principio de interdependencia universal, pero esto no puede ser más superficial y engañoso. Ciertamente Newton invierte la cuestión, lo que por lo demás es característico de todas sus investigaciones, pero este auténtico vuelco, lejos de reintegrar al hombre al cosmos, lo que hace es aislarlo en uno de sus planos, que sin embargo puede expandirse sin límite aparente.

Pues el universo como gran obra de relojería de Leibniz y Newton —los dos padres del cálculo- es ciertamente diferente del gran animal del Timeo platónico o el cosmos orgánico de Plotino. La gravedad universal de Newton se supone que opera entre sistemas cerrados, puesto que el Tercer Principio introducido por el físico inglés pretende definir precisamente un sistema cerrado —incluso si en el problema de Kepler tal principio es imposible de verificar. Es más, de acuerdo con el espacio y tiempo absolutos, la acción y reacción tienen lugar siempre de forma simultánea, lo que supone tácitamente un Sincronizador Global, algo que por lo demás también está implícito en la relatividad especial y general aun cuando apenas se somete a escrutinio la aplicación del Tercer Principio.

La idea tradicional de la interdependencia, que ciertamente nunca se hizo explícita porque se daba por supuesta y porque ni siquiera se había planteado la idea de una “mecánica universal”, la idea, en fin, del gran animal o cosmos orgánico, asumía por el contrario que no hay en la Naturaleza sistemas cerrados; y dado que no se concebía tal cosa como un “Sincronizador Universal” o Gran Relojero, suponía, por defecto, que cada cosa tenía su propio principio de organización interno, lo que ahora nosotros definiríamos como “su propio reloj”. Las mismas mónadas de Leibniz no habrían estado muy apartadas de dicha noción si éste no las hubiera definido como “espejos sin ventanas”.

La diferencia es que la mónada de Leibniz es una noción abiertamente metafísica, mientras que el sincronizador global de Newton, no menos metafísico, se ha convertido en el supuesto tácito de toda la física moderna. Incluso el probabilismo mecano-cuántico queda encajado en su seno. Es otro exponente más de la inadvertida inversión newtoniana.

Por tanto ambos tipos de universalidad se tienen que percibir, con la más profunda pero desapercibida razón, como incompatibles. Sin duda la interdependencia universal antes de Newton no aludía a nada mecánico, sino a una resonancia o paralelismo; sólo que nunca terminamos de asumir que la gravitación universal tampoco puede ser mecánica, al menos en el sentido habitual que damos a los tres principios y a las fuerzas centrales.

Podría hablarse de una teoría del campo del absoluto paralelismo o teleparalelismo, no en el sentido que le dio Cartan a su geometría para dar acomodo a la relatividad general —y que por otra parte ha evolucionado mucho desde entonces- sino más cerca del trasporte paralelo en la geometría ambiental de la fase geométrica. Esta fase o potencial retardado nos está dando justamente el reloj interno que es verdaderamente el alma del animal en el macro y microcosmos.

En la mecánica de Newton tiempo y distancia son funcionalmente idénticos. Pero, por otra parte, basta tomar las propias ecuaciones de Newton para ver que la masa de una partícula esférica como el protón puede escribirse como la aceleración de su radio, según lo cual, masa y gravedad también son funcionalmente lo mismo. ¿Qué significa esto?

Todo hace pensar que el fondo de verdad de esta teoría es puramente relacional —como la misma fase geométrica- en lugar de mecánico, y que la confusión parte de la infundada presunción de que los tres principios se aplican idénticamente en nuestras máquinas que en las fuerzas fundamentales o naturales. Por lo demás, se admite que lo que gobierna los campos es la conservación del momento, no el tercer principio.

Este principio de conservación ampliado también rige probablemente en funciones orgánicas tan fundamentales como la circulación sanguínea regulada por el corazón y el ciclo bilateral de la respiración —hemos supuesto al menos que sus potenciales retardados equivalen a una fase geométrica, lo que no requiere ninguna asunción extraordinaria. Ciertamente, esto sí nos aproxima mucho más a la fisiología del gran animal de la antigüedad, habiendo incorporado tan sólo la parte mejor del “espíritu geométrico” moderno —ese que busca la geometría en el problema físico, en vez de reducir la geometría a la ingeniería inversa del cálculo.

La manzana de Newton debería su brillo al absoluto paralelismo, pero si éste no parece tener cabida en nuestro mundo físico, es porque tampoco le hemos dado cabida a los cuerpos al excluir la posibilidad de partículas extensas, no ideales. La gravedad no sería otra cosa que el peso del absoluto paralelismo y su flujo dentro de los cuerpos, flujo que nuestras teorías excluyen y bloquean, y que en última instancia puede estar modulado por la propia autogravedad del cuerpo.

¿Por qué? Sencillamente porque, a diferencia de la dinámica de Weber, todas las teorías de campos que provienen de Maxwell, al definirse en los términos de la relación partícula-campo, no pueden cumplir el tercer principio directamente, sino sólo mediante una auto-interacción. La onda longitudinal interna de Noskov, análoga al “movimiento trémulo” o zitterbewegung mecanocuántico, sería la auto-interacción planteada desde el interior del propio cuerpo de una partícula extensa. Todos saben que la gota se funde en el Océano, pero pocos quieren saber cómo el Océano se funde en la gota.

El origen de coordenadas de un marco de referencia, como reclama Patrick Cornille, tendría que localizarse siempre en el centro de masa de una partícula puntual, cuyo valor debería incorporar. De otro modo el criterio no es físico, sino meramente matemático, y sin embargo esto es habitual en la física moderna. Por otra parte un centro de masa no es una cuestión meramente geométrica, y si comporta cambios de densidad también puede envolver una transición de escala. Gran parte de la física se basa en las transiciones de escala tanto en el tiempo como en el espacio, y sin embargo no se contempla un principio general de transformación. En astrología esto debería tener una importancia primordial.

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El tono es la cuestión fundamental que conecta la física y la astrología, pero no vemos cómo ese denominador común pueda plantearse de otra forma que con las vibraciones longitudinales internas a los cuerpos de Noskov. Su interpretación del potencial retardado, que es también una interpretación física de la fase geométrica sin necesidad de proponer una causalidad trivial, era simplemente una forma de darle contenido a la conservación de la energía que es meramente formal en Weber, y también en la mecánica en general.

Noskov insistió además en que estas vibraciones atraviesan todo tipo de fenómenos naturales, desde la estabilidad de los átomos y sus núcleos, al movimiento elíptico orbital, el sonido, la luz, el electromagnetismo, el flujo del agua o las ráfagas de viento: la viva actualización del pneuma, vehículo del logos en la cosmología estoica. Dada la ambigüedad fundamental de la energía en Weber, debería hacerse un cuidadoso análisis dimensional de los valores de la masa y la triple manifestación de la energía en la mecánica relacional, lo que podría llevarnos a un buen número de sorprendentes interpretaciones y conclusiones también en el núcleo mismo de la física.


Fuente: https://www.hurqualya.net/astronomia-astrologia-y-astrofisica/
















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Etiquetas: Astrofísica, Astrología, Astronomía, Miguel Iradier

martes, 6 de abril de 2021

Estudio sobre el Cambio Climático


Estudio sobre el Cambio Climático
 






Desde que la Tierra se formó hace unos 4500 millones de años, el clima no hizo otra cosa que cambiar. Si bien la climatología es una ciencia que todavía está en pañales, y es infinitamente más lo que los científicos ignoran que lo que saben a ciencia cierta, lo poco que se conoce permite hacer algunas conjeturas sobre lo que se puede esperar para el futuro.

Lo que sabemos es producto de observaciones hechas por muchas disciplinas que ayudan con sus investigaciones a la climatología. Dos de esas disciplinas aportaron la mayor parte de la información que disponemos: la geología y la astronomía. Son los geólogos los que pacientemente fueron estableciendo la edad de los diferentes estratos que forman la corteza terrestre, y dividieron a la historia en eones, épocas, eras, períodos y edades. Todos hemos escuchado palabras como era “paleozoica” y sus 5 períodos como el famoso carbonífero, cuando se formaron las grandes selvas, o el mesozoico, con su período Jurásico donde abundaban los dinosaurios.







Períodos climáticos de la Tierra según R. Scottese

 
 
 
Como se puede observar en al gráfico, durante la historia de la Tierra las concentraciones de CO2 atmosférico nunca reflejaron una influencia sobre las temperaturas que los proxys nos manifiestan. La temperatura andaba por un lado y el CO2 por el otro, por más que este gas tenga una pequeña capacidad de absorber e irradiar energía. Esa capacidad también la tienen muchos elementos de la tabla periódica, que forman parte de la superficie del planeta.

También se comprobó que desde hace 2 millones de años ocurrieron no menos de 60 avances y retrocesos de los hielos, con los correspondientes períodos cálidos intermedios llamados “interglaciales”. La primera glaciación ocurrió durante el Precámbrico, hace más de 570 millones de años. Los períodos de glaciaciones más recientes ocurrieron durante el Pleistoceno, distribuidos entre 2,6 millones y 11,700 años atrás.


 







Hoy estamos viviendo en el último interglacial al que denominamos Holoceno. Eso quiere decir que una nueva edad glacial está esperando su turno para aparecer. En realidad, este interglacial cálido comenzó hace unos 11.700 años, aunque ha sido menos cálido que los anteriores. Es que la tendencia del clima a lo largo de la historia geológica muestra un avance hacia el enfriamiento completo, el día en que la Tierra se convierta en una verdadera “bola de nieve”, cubierta de un hielo que no se volverá a derretir.

Lo malo es que las glaciaciones duran cientos de miles o millones de años y los inter-glaciales son muy cortos en comparación: alrededor de 12 a 15 mil años.

Pero no son los cambios de interglaciales a glaciaciones lo que nos debe preocupar dado que nuestra escala de tiempo humano se cuenta en menos de centurias. ¿Se enfriará la tierra dentro de 500 años, o 100 años? Como dijo Luis XIV, el Rey Sol, “Después de mí el Diluvio,” a nadie le preocupa lo que sucederá dentro de 500 años. Quienes hacen la apelación al futuro de las generaciones venideras en realidad están más preocupados por sus apetencias personales de hoy, que conseguirán más fácilmente sacudiendo nuestras emociones. El famoso periodista norteamericano Mencken, allá por la década de 1920, nos advertía de algo que está sucediendo ahora: “La urgencia por salvar al mundo es la falsa fachada del ansia de gobernarlo.”

Lo que suceda a fines de este siglo apenas les preocupará a nuestro bisnietos. Y no está dentro de nuestras posibilidades el querer controlar una magnitud geológica descomunal como el clima. Creer que actualmente podemos modificar el clima de todo el planeta es una muestra de arrogancia que no es exclusiva de nuestra época. Hacia el siglo III ya le pedían los vasallos al Rey Canuto que detuviera las mareas.

Lo que debe preocupar a los políticos son los cambios climáticos de corto plazo que se suceden dentro de cortos períodos menores que 100 años. Por ejemplo, en el Siglo 20 hemos presenciado cuatro cambios de clima, siempre con la consiguiente alarma de los científicos y la prensa con histéricas advertencias de inminentes edades glaciales, y también inminentes catástrofes por un calentamiento que haría desaparecer los hielos del Ártico, derretiría los hielos de Groenlandia y la Antártida, y haría crecer al nivel del mar entre 20 y 60 metros.

La verdad es que ni los enfriamientos ni los calentamientos fueron catastróficos, y la humanidad, con muchos menos recursos tecnológicos que hoy, ha sobrevivido de manera impecable. El nivel del mar apenas si ha venido creciendo desde hace 100 años a menos de 2 milímetros anuales, algunas veces hasta 3, y otras veces como ahora, el ascenso parece haber comenzado a frenarse, y hasta invertirse.

El gran problema con los políticos es que tienen la mala costumbre de creer que los científicos pueden darles las respuestas que ellos necesitan sobre muchos asuntos que ignoran, y peor todavía, ¡los científicos creen que pueden dárselas! En algunos campos de la actividad humana es más o menos posible que los científicos puedan sugerir algunas respuestas puntuales y limitadas, pero cuando se trata de un sistema esencialmente caótico e imprevisible como el clima, las respuestas generalmente no merecen ninguna confianza.





Aumento de la biomasa de las plantas según aumento del CO2



Gracias al aumento del CO2 en la atmósfera, las variedades vegetales al aire libre han aumentado su producción de biomasa y, lógicamente, el rendimiento de las cosechas aumentó de manera proporcional. Las plantas del tipo C4, que incluyen las hortalizas, los granos, las frutas, han sufrido un aumento de su producción de biomasa que varía entre un 30 y un 45%. Si a esto se le añaden las nuevas tecnologías mecánicas, el control satelital de la siembra y cosecha, y las variedades de granos modificados genéticamente, el aumento del tonelaje de las cosechas es formidable y prácticamente ha aventado al fantasma de las hambrunas generalizadas.

Casi todo esto se reduciría en caso de un enfriamiento severo, similar al de la Pequeña Edad de Hielo ocurrida entre el 1400 y el 1850. Aumentaría la frecuencia de sequías y las estaciones excesivamente lluviosas serán menos frecuentes, porque la historia geológica de muchas regiones indica que a las épocas frías se corresponden épocas de fuertes fríos, como lo demostrara el geólogo argentino Miguel A. González, ex Investigador del CONICET y Miembro de la Academia de Ciencias de New York que realizó un estudio de 25 años en la región desértica de las Salinas del Bebedero, en la provincia de San Luis.

Los trabajos de González y sus colegas han sido reconocidos como de importancia mundial debido a sus hallazgos, uno de los cuales fue la comprobación, por primera vez, que los fósiles de foraminíferos se podían encontrar también en ambientes alejados de los mares. De acuerdo a su investigación paleoclimática, cuando el planeta se enfrió, el lago de las Salinas del Bebedero tuvo entrada de agua dulce desde el río Desaguadero; paralelamente el enfriamiento del planeta condujo a que gran parte de Sudamérica al este de los Andes, tuviese los climas más áridos de toda su historia geológica.







Fig. 1: El Sol y el movimiento del baricentro a su alrededor




Este punto de equilibrio puede estar algunas veces dentro del núcleo del sol, pero la mayor parte del tiempo se ubica fuera del mismo, hasta una distancia de unos 1,3 millones de kilómetros. Han determinado los astrónomos la manera en que el baricentro evoluciona alrededor del, sol describiendo curvas circulares semi concéntricas, que toman formas algo caóticas o irregulares, y otras veces adoptan la forma de tréboles bastante uniformes con dibujos armoniosos y hasta simétricos. Observando estos gráficos de curvas del sol alrededor del baricentro, y comparando con lo sucedido en tiempos históricos y geológicos, los astrónomos y astrofísicos llegaron a la conclusión de que existe una correlación tan estrecha entre ellos que hasta es posible calcular cómo cambiará el clima de acuerdo a la posición que tiene el baricentro en el sistema solar. Las formas de las curvas del baricentro tienen este aspecto:





Fig. 1: El movimiento del baricentro en dos diferentes períodos



La comparación entre la forma de las curvas que forma el baricentro y los hechos históricos relacionados con el clima, evidenció que durante los episodios en los cuales el baricentro transitó a lo largo de órbitas ordenadas (o en forma de 'trébol') alrededor del sol, su emisión energética fue máxima y el clima terrestre tendió hacia el calentamiento. Asimismo esas comparaciones pusieron en evidencia que durante los episodios durante los cuales el baricentro se movió de modo caótico alrededor del sol, la emisión energética del sol fue mínima y estos últimos episodios coincidieron con las mínimas temperaturas conocidas en el planeta para el último milenio como lo demostró la astrónoma Checa Ivanka Charvatova (1995).






Figura 2: A la izquierda, el movimiento irregular, caótico, registrado entre 1727 y 1905. Al centro el movimiento regular en “trébol” armónico y de gran simetría, y a la derecha el patrón entre caótico y regular registrado entre 1778 y 1905.




Figura 3: Patrones observados en diferentes épocas desde 1192 hasta 1955




El sol regresa a su forma ordenada de trébol después de 178.7 años y este tipo de movimiento dura unos 50 años. Las partes más desordenadas del movimiento del baricentro corresponden a los prolongados mínimos de la actividad solar, durante el último milenio, conocidos como los Mínimos Wolf, Spörer, Maunder y Dalton.

En definitiva, los astrofísicos, astrónomos, los geólogos, y muchos climatólogos se preguntaron: ¿Qué podría estar ocurriendo con el clima global? Cualquier intento en pos de comprender como se calienta una casa sin prestar atención al rol que juegan las estufas que existan en ella, puede convertirse en una tarea infructuosa, cuando no, en tarea de resultados equívocos.

Pese a ello numerosos científicos preocupados por el clima de la Tierra descartaron el efecto del sol sobre el mismo, pese a ser prácticamente la única 'estufa' de la superficie del planeta. Porque recordemos que el sol entrega más del 99 % de la energía utilizada en todos los procesos que ocurren en la porción exterior de la Tierra, incluyendo en ello a gran parte de la corteza terrestre sólida. La energía solar inclusive moviliza muchos procesos geológicos desarrollados hasta una profundidad importante dentro de la corteza terrestre, vinculados a procesos bio-geo-químicos superficiales y sub superficiales.

En primer lugar y en contra de lo hasta ahora supuesto respecto a que las variaciones en la emisión energética del sol no alcanzarían para modular el clima terrestre, Hansen y Lacis (1990) demostraron que a un 0,1% de variación en la emisión de radiación solar, el clima terrestre responde con una variación media del orden de 0.2º C. Por lo tanto y aquí viene lo interesante, una disminución de la emisión energética solar oscilante entre 0.2% y 0.5%, sería más que suficiente como para producir un enfriamiento planetario similar al ocurrido durante los siglos pasados: la ya mencionada Pequeña Edad de Hielo. Esto fue reafirmado por otros científicos como Foukal, 1990; Reid, 1991 y Landscheidt, 1995.

La complejidad de los mecanismos involucrados, escapa a las posibilidades de explicarlas aquí y ahora. De todas esas investigaciones es importante rescatar un elemento fundamental: el movimiento inercial del sol y de todo el sistema solar es tan preciso, que puede ser modelado matemáticamente a lo largo de miles de años, tanto hacia el pasado como hacia el futuro. Ello permitió comparar el movimiento solar del pasado con datos precisos provenientes de:

Actividad solar (los llamados números de Wolf, en relación directa con la emisión energética solar, y bien medidos desde 1700 hasta el presente).

Mediciones precisas de auroras polares y actividad magnética terrestre, ambas en relación directa con la actividad solar.

Datos precisos de actividad volcánica, en estrecha relación con la influencia gravitatoria de los planetas 'gigantes'.

Largas series de registros climáticos instrumentales obtenidas para el Hemisferio Norte.

'Proxy records', o registros climáticos indirectos tales como el estudio de anillos de crecimiento anual de árboles, las capas anuales de deposición de hielo en Groenlandia y Antártida, y todos los registros geológicos que se han venido estudiando, por ejemplo, en las Salinas del Bebedero.

Por ejemplo, del análisis y comparación de los números Wolf de los ciclos solares y los eventos climáticos de la historia, el astrónomo Finlandés Timo Niroma hizo el siguiente gráfico donde la curva inferior, de color verde, representa la actividad solar desde el año 1600 hasta el año 1820. Niroma descubrió que el patrón de variación de los ciclos solares vuelve a repetirse a partir de 1820 hasta nuestros días.










Se ve en la curva verde al gran Mínimo Solar Maunder, época en que no se vieron manchas en el Sol durante 70 años. No se ha vuelto a repetir algo tan profundo. Luego vemos que los ciclos solares 3 y 4, previos al Ciclo 5 (o Mínimo Dalton) ocurrido entre 1795 y 1820, condujeron a un notable enfriamiento de la Tierra que duró hasta más allá del 1830, casi 1850. Cuando Niroma superpuso ambas curvas notó la notable similitud y pensó que no era nada aventurado pensar que este patrón seguiría cumpliéndose.

Por ello Timo Niroma se atrevió a proyectar el patrón hacia el futuro y comprueba que desde poco después del 2000 se había comenzado a producir un enfriamiento del planeta que se profundizará hacia el 2030, coincidiendo con las predicciones de otros astrónomos, como el americano Rhodes Fairbridge, y el alemán Theodore Landscheidt, asegurando que en esa época se producirá un doble Mínimo Solar al que denominaban Gleissberg, pero que se quiere rebautizar ahora como Landscheidt en su honor.

Este pronosticado ciclo de 65 a 70 años de enfriamiento coincide con los ciclos observados por la Organización Mundial de Alimentos y Agricultura, en la pesca comercial, donde se observan ciclos de 65 años de crecimiento de la abundancia y reducción de la pesca –que también coincide con las oscilaciones oceánicas como la Oscilación Decadal del Pacífico, y la Oscilación Multidecadal del Atlántico. Nada es casual, todo tiene un encadenamiento de causas y efectos que han sido determinados con bastante precisión. También los astrónomos L.B. Klyashtorin y A.A. Lyubushin, del Instituto Federal Ruso de Pesquerías y Oceanografía, en su reciente estudio “Cambios Climáticos Cíclicos y Productividad de Peces”, identifican claramente un ciclo de 60 años (55-75 años) que atribuyen sin duda alguna a las variaciones de la actividad solar.

¿Son algo nuevo estos estudios? Para nada. Ya en 1914 el gran oceanógrafo y geólogo Sueco, Otto Petterson, publicó un estudio que abrió un extenso debate entre sus pares por su teoría de las “Variaciones Climáticas en tiempos históricos y prehistóricos,” (Svenska Hydrogr. Biol. Komm., Skriften, No. 5, 26 p.), donde habla de “la fuerza generadora de mareas” de la acción combinada del Sol y la Luna y su influencia sobre la abundancia de arenques y otras especies en el Ba´ltico y el Atlántico Norte. En un fascinante trabajo de revisión histórica, revisando una inmensa cantidad de documentos históricos, que comienzan con las Sagas Vikingas y terminan con las mediciones de salinidad y temperatura del agua del Báltico en 1913, expone una abrumadora correlación entre el clima de Escandinavia, el fracaso de cosechas y als hambrunas, el asentamiento de poblaciones en Islandia y Groelandia y su posterior abandono por el avance de los hielos, el congelamiento completo del Mar Báltico, etc, y las fases lunares y la actividad solar.

Todas estas investigaciones, laboriosamente documentadas y profundamente comprobadas, apuntan al principal culpable de los cambios climáticos que experimentó la Tierra en su historia y su socia: el Sol y la Luna.

Luego, estas correlaciones entre ciclos naturales de los océanos, los ciclos solares, la cantidad de manchas, y la variación de la actividad magnética del sol, se correlacionan muy sólidamente con lo mencionado antes: la posición del baricentro del sistema solar, que parece ser la llave que abre el cofre del misterio de las variaciones del sol y del clima de la Tierra.




La Actividad Volcánica


Viene ahora la correlación entre los períodos de variación del baricentro y la actividad volcánica. Cuando el sol realiza los tréboles ordenados se ha observado una baja actividad volcánica. Cuando el sol está en una trayectoria caótica alrededor del baricentro, la actividad volcánica es mayor –tal como ocurre en estos momentos con erupciones importantes de varios volcanes como el Chaitén en Chile, el Tungurahua de Ecuador, volcanes en Guatemala, el volcán de Islandia, cuyo nombre nadie puede pronunciar, el reciente volcán Merapi de Malasia, la creciente actividad de volcanes en Alaska, el Kilahuea de Hawaii, etc.

En la figura se puede ver que cuando el baricentro tuvo una forma de trébol armónico, la actividad volcánica entre 1900 y 1960 fue mínima. El índice del velo de polvo volcánico lo demuestra. El triángulo rojo es el punto medio de la duración del período de trébol armónico del baricentro.





Y finalmente L. Elleder compiló y ordenó en 2005 las 20 inundaciones catastróficas ocurridas en Praga en los últimos 1.000 años, y todas se correlacionan perfectamente con el ciclo de 179 años del movimiento del baricentro. Tantas correlaciones entre fenómenos observados y el movimiento del baricentro no pueden atribuirse a una mera casualidad. Las probabilidades en contra de que sean obra de la casualidad son astronómicas. Dice un viejo adagio: “Una vez, es el azar; dos veces es casualidad; la tercera vez es confirmación.”


 
 
Como anécdota ilustrativa, es interesante recordar que Napoleón invadió Rusia en plena culminación de la Pequeña Edad de Hielo. En 1812, cuando sus tropas debieron retirarse de Moscú, entre otras cosas a causa del frío, el sol estaba transitando por un episodio de órbitas caóticas (mínimo Dalton) y justo ese año pasó exactamente por el centro de masas del sistema planetario. Precisamente por eso en ese momento ocurrió el episodio de menor emisión de energía solar de toda la Pequeña Edad de Hielo y quizá ese y los dos o tres inviernos siguientes, hayan sido los inviernos más fríos de la segunda mitad del milenio.

Lo más importante de todo esto es que de las investigaciones de Charvatova y los demás astrónomos, surgió la información de que alrededor de 1.990 el sol comenzó a transitar por un nuevo episodio durante el cual predominará su recorrido por órbitas caóticas del baricentro alrededor del Sol. Esta situación durará hasta alrededor del año 2040, y luego regresará lentamente a órbitas más regulares. Volveremos a tener un nuevo calentamiento. De acuerdo a todo lo expresado, es posible entonces que durante las próximas décadas el sol experimente prolongados episodios de baja emisión energética y un aumento de la actividad volcánica, que con su velo de polvo causará un enfriamiento adicional de la atmósfera.

Ello podría generar un apreciable enfriamiento en el clima del planeta, en contra de lo postulado por los defensores de la hipótesis según la cual el clima del planeta se está calentando gracias al 'efecto de invernadero' motivado por las actividades humanas. Como les dije antes, tal posible enfriamiento ya había sido pronosticado en 1990 por Rhodes Fairbridge, y en 1995 también por Theodore Landscheidt, en ambos casos basados en la variación futura de la actividad solar.

Los argumentos que presentan los sostenedores de la hipótesis de un enfriamiento causado por la anómala actividad del sol, que fue pronosticada hace décadas con una precisión notable, merecen que sea considerada seriamente por quienes tienen nuestro destino en sus manos. Si aplicasen el Principio de Precaución como lo vinieron haciendo hasta ahora –pero que se hizo para apoyar los anuncios del peligro de un calentamiento que no se ha producido- deberían aplicarlo con mucha mayor razón ante la posibilidad de que el peligro que presentan los científicos solares sea en verdad mucho mayor –y no se necesita, como dicen ellos, que ante un peligro semejante sea necesaria una comprobación perfecta de los argumentos presentados.

Repitiendo los argumentos del Panel Intergubernamental del Cambio Climático, “Hay que tomar acción ahora, ya! No hay tiempo que perder! Porque si la manera que se presentaron los tres últimos veranos y los tres últimos inviernos que han padecido en el hemisferio norte son un botón de muestra, el frío que se viene será mejor que nos sorprenda comulgados.”

Hoy nos enfrentamos a dos hipótesis de trabajo: La primera y más popular, por todos conocida, es que el planeta se calentará de manera catastrófica por culpa de las actividades humanas y la emisión de dióxido de carbono; un desenfrenado consumismo, y un uso excesivo de los combustibles fósiles.

La segunda hipótesis y más reciente, es que los cambios de clima tienen causas primariamente naturales, y que las actividades humanas alteran los climas a escala regional, principalmente a través de la agricultura, de la deforesta-ción de las grandes selvas y bosques, y de la construcción de grandes represas y embalses hidroeléctricos, que permiten producir energía para las industrias y ciudades del país, sino también la extensa irrigación que convierte tierras yermas en campos fértiles para la producción de alimentos.

No voy a discutir la validez o la falta de mérito en ninguna de las hipótesis, sino que voy a intentar describir qué pasaría con la hipótesis del enfriamiento del planeta si las tendencias siguen su curso. De la hipótesis del calen-tamiento ya hemos escuchado hablar demasiado, casi diría que es un tema que se ha constituido en una neurosis noógena extendida sobre todo en las naciones más adelantadas.

Las neurosis son aprovechadas por los grupos que son los verdaderos dueños del mundo para seguir manteniendo su poder sobre el resto de la humanidad. Y si no hay una buena razón para la existencia de una neurosis, entonces inventan una que se adecúa a sus planes. Recorde-mos que el periodista Mencken, dijo allá por la década del 20, “La misión de la política es mantener a la población alarmada, y por ello clamorosa para ser conducida a la seguridad, amenazándola mediante una interminable serie de espectros y fantasmas, todos ellos imaginarios.” Alguna semejanza con el presente no se debe a la casualidad.

Pues bien, ¿qué pasaría en América Latina en caso de un enfriamiento del planeta? Durante la conocida Pequeña Edad de Hielo que se inició hacia el año 1300 y se extendió hasta 1850, con breves intervalo de calor, el clima de Sudamérica era mucho más frío que ahora. He leído crónicas de los conquistadores que fundaron en 1591 a Santa Cruz de la Sierra, en Bolivia, hablando de una región fértil y de clima moderado en el verano, pero con inviernos tan rigurosos que los grandes árboles se partían al medio durante las heladas. Déjenme decirles esto otra vez: heladas en pleno trópico, ya que Santa Cruz está a latitud 12ºS, que congelaba la savia de los árboles y producía el estallido de sus troncos. Preguntarán ¿Por qué no se congelan así los árboles de Finlandia, Alaska, o de Rusia? Porque los árboles de esas regiones, entre ellos las coníferas, contienen savia o resina que impide que eso suceda, pero los árboles de los trópicos no han desarrollado esa defensa contra el clima.

Los principales problemas que causaría un enfriamiento en Latinoamérica se encuadran en dos aspectos principales: la producción de alimentos y la necesaria provisión de energía para hacer habitables a los edificios, sean escuelas, hospitales o simplemente los hogares. El tercer aspecto que hay que considerar es el de la salud de la población: El frío causa la muerte de mucha más gente que el calor. De hecho, durante y después del inverno muere 7 veces más gente que durante o después del verano. Hay demasiados estudios médicos y estadísticas de los ministerios de salud del mundo al respecto, que no permite una discusión al respecto. Por ejemplo, en San Pablo, Brasil, una se-mana donde la temperatura desciende un grado por debajo de 20ºC, se produce mayor mortalidad por complicacio-nes pulmonares que durante las olas de calor donde la temperatura sube un grado por encima de los 32ºC.




El Dióxido de Carbono Atmosférico y un futuro probable


En las últimas décadas se ha observado un aumento notable del dióxido de carbono, el CO2 culpado de calentar a la Tierra. Pero, lejos de ser un contaminante, el CO2 es nada menos que el alimento de las plantas. Más alimento a cualquier ser viviente, sea animal, ave, pez o planta, se traduce en un aumento de la producción de biomasa. Los humanos se vuelven obesos, el ganado engorda, produce más carne y vale más. Las plantas crecen más rápido y se desarrollan más. Eso lo observaron nuestros horticultores hace cientos de años y así nacieron los invernaderos, donde los niveles de CO2 rondan las 1000 a 1200 partes por millón, unas cuatro veces más que en el aire a nuestro alrededor.

Un clima frío produce mayor sequía que uno cálido, algo que no debería causar sorpresa a nadie, porque las preci-pitaciones se darán en forma de nieve y no agua de lluvia. Pero los efectos serían diferentes de acuerdo a las regiones que se estudien. Por ejemplo, en la costa oeste de Sudamérica el enfriamiento del Pacífico provocará una menor evaporación y una reducción de las precipitaciones en la Cordillera de los Andes, y los glaciares retendrían como hielo el agua que antes entregaban como aporte a los ríos. Gracias a la grandes nevadas y al frío volvería a crecer el glaciar Chacaltaya al oeste de la ciudad de La Paz.

En Argentina, por su lado, este fenómeno se expresaría de la siguiente manera: se reforzaría el sistema de vientos del oeste y sudoeste; el viento Pampero se hace más intenso, más frecuente y más persistente. Este viento seca a la pampa. Se dificulta la llegada a la pampa de las masas de aire cálido y húmedo que, desde el Amazonas y el Atlántico ecuatorial traen los vientos del norte y noreste. El clima desértico avanza desde el sudoeste sobre el clima de estepa y sobre la provincia de Buenos Aires, desplazando al subtropical húmedo hacia la Mesopotamia. Las nevadas en la cordillera sur son más abundantes y los ríos que nacen en ellas se harán más caudalosos durante los deshielos de primavera, formando lagunas y alimentando abundantemente a los sistemas Desaguadero, Curacó, y Colorado. Este panorama no es nuevo y ha sucedido en otras eras y períodos pasados como lo demostró el Dr. González.

La frontera de las áreas para siembra se correría hasta unos 300 o 400 kilómetros hacia el ecuador; el calor favo-rece a las plantas y el frío reduce y hace más lenta su producción de biomasa –de allí que la vegetación realmente espesa y abundante está en los trópicos y no en las regiones boreales; la estación de crecimiento se acortaría impidiendo en algunas regiones las dos y hasta tres cosechas de granos por año; la disminución de abastecimiento de alimentos, más el aumento del precio por un menor rendimiento por hectárea y una disminución en la relación combustible y energía invertida en la siembra y cosecha, provocarían una escasez que sería cada vez más seria debido al aumento de la población: más bocas para alimentar y una disminución de la oferta de bienes de consumo. No sólo se afectaría la agricultura sino que las actividades productivas sufrirían un efecto dominó: la primera ficha de la hilera será el precio de la energía que aumentará por el incremento de la demanda para consumo no producti-vo como calefacción.

La segunda ficha es que esto causará un aumento en los costos de producción y una retrac-ción en la demanda; la próxima ficha es la disminución de las ventas y el cierre de fuentes de producción –y de trabajo- y un creciente desempleo. Una vez abierta la Caja de Pandora se podrá ver una legión de demonios sa-liendo de ella.

La ficha que sigue es el crecimiento del descontento en la población y la agitación social, algo que somos muy proclives en Latinoamérica. Si los políticos no quieren verse envueltos en tremendos problemas deberían invertir los escasos recursos que disponen para sus países, deberían tomar las previsiones necesarias para enfrentar a un perí-odo de clima muy frío que tendría una duración de alrededor de 50 a 70 años. Asegurar la inversión en producción de energía barata para evitar la caída de las fichas del dominó que les llevarán al colapso de sus economías, a las revueltas populares, enfrentamientos armados, represión, y eventualmente a la disgregación de la nación. Desgra-ciadamente la emisión de mayores cantidades de CO2 al ambiente no ayudará a calentar al planeta, y no ayudará a paliar las crisis que surgirán en todos los países del mundo, especialmente por el estado de indefensión ante los países industrializados en que nos encontramos la mayor parte de los Latinoamericanos.

Los países en la franja tropical se verán menos afectados por el frío, y Brasil, como primera potencia industrial y económica de Sudamérica entrará al juego con una enorme ventaja: su clima no cambiará mucho, y estará en una posición de competitividad en los mercados mundiales como casi ningún otro país. Sólo la India, parcialmente, estaría en sus regiones cálidas en posición de sobrellevar esos 70 años de crisis económica mejor que los países que se verán afectados por el enfriamiento global.




Es el Sol, estúpido!


Hemos llegado ahora al punto en que tengo que explicar por qué creemos que habrá un enfriamiento global. Las ciencias que apoyan la hipótesis son la astronomía, la geología, y la oceanografía. Hay una ley no promulgada por parlamentos que se conoce como la Ley de Repetición de los Efectos Observados. La observación de fenómenos recurrentes a lo largo de la historia llevó a la comprobación de diversos ciclos de distinta duración y amplitud. Todos hemos oído hablar de los Ciclos de Milankovitch, y los efectos que tienen sobre el clima la inclinación del eje terrestre, la precesión de los equinoccios, el diámetro y forma de la órbita alrededor del sol, etc. Los astrónomos también han observado y estudiado muy a fondo otros factores que afectan directamente al clima, casi con exclusión total de otros menos importantes como los gases invernadero. Se trata de lo que conocemos como “baricentro” o centro de equilibrio de las masas del sistema planetario solar, y su posición en el sistema planetario varía con el movimiento de los planetas alrededor del sol.

¿Qué es el baricentro del sistema solar?, preguntarán ustedes. Es el punto en el espacio donde las masas de los planetas están en equilibrio; donde las fuerzas gravitatorias de todos los cuerpos del sistema solar se neutralizan. Como los planetas giran alrededor del sol y van cambiando de posición en el espacio, ese punto también se va desplazando y forma un patrón o dibujo que tiene características que se pueden calcular de manera matemática y muy precisa. La astronomía es una ciencia muy exacta.

El baricentro está ubicado en la región ocupada por el sol. A veces está dentro del núcleo del sol mismo, pero otras veces, como cuando todos los planetas están perfectamente alineados a un lado del sol, sumando linealmente sus fuerzas de gravedad, podría llegar a estar a unos 500.000 kilómetros de la superficie del sol. Este es el aspecto que el desplazamiento del baricentro forma en su trayectoria y las fechas en que ocurrió.

 
Fuente: http://apocalipticus.over-blog.es/article-el-frio-que-se-acerca-61214628.html




































Publicado por egarciaber en 03:36 No hay comentarios:
Etiquetas: Cambio Climático, Estudio
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